17 may 2004

Miguel Panadero: La realidad escondida

"Lo que oigo no tiene valor; sólo lo que veo es viviente,
 y cuando cierro los ojos mi visión es todavía más poderosa".
Giorgio de Chirico
(Pittura Metafísica, Vallechi, Firenze, 1919)


Alerta eterna

Humanos que han perdido sus brazos, sus piernas, sus rostros. Botellas. Hombres y mujeres botellas. Estatuas vivas paralizadas. Una estirpe de maniquíes. Tal vez, fantasmas.
¿A quién espera con tanto ahínco esa familia de individuos-vasijas? ¿Es que desconoce que el tiempo se ha parado? ¿Acaso ignora que su alerta será eterna?

Miguel Panadero retrata figuras de contornos herméticos, inmovilizados en un universo donde no existe el tiempo, donde cada instante, el único instante, equivale a la eternidad. Y si la vida se construye sobre el espacio y el tiempo, en sus pinturas y esculturas, estos entes se unifican, se funden para formar parte de la misma esencia.

 No obstante, estos personajes –sin ojos, sin labios, sin oídos, sin manos– insisten en esperar, ignorando qué o a quién o dónde o por qué esperan y desesperan. Estos seres ambiguos siguen sumergidos en su perenne sensación de que algo irremediable va a suceder o alguien va a llegar, sin que nunca nada suceda o nunca nadie llegue, pues el tiempo, su tiempo, se ha congelado, se ha transformado, ha dejado de existir como sucesión de instantes. 

Seres anónimos

Robots estropeados o inutilizados, muñecos desmembrados y sin rostros, alienados por un ser invisible o ausente. Hombres y mujeres ciegos, mudos y somnolientos, vegetando en la nada, extraviados en un mundo desconocido. Y cosificados, o más bien, "botellizados".

No tienen nombre; y, en su anonimato, deambulan por el espacio de la galería sin encontrar su paradero, pues no hay lugar para ellos. Permanecerán infinitamente desplazados, errabundos, inadaptados. Ése es el devenir que les ha tocado en suerte.

 La realidad está escondida, lejos de estos bodegones humanizados. ¿Es a ella a quién esperan? Esa realidad empírica no suele visitar las regiones oníricas; prefiere quedarse al otro lado de la frontera. Cada cual donde le corresponde. Que haya paz.

La vida apresada

 Individuos inactivos navegando en la nada. Y, sin embargo, vivos. Rebosantes de vida por dentro. Su existencia habita en ellos. Apresada en sus firmes bordes. Capturada en sus recipientes huecos.

 Y la vida que los ocupa es multicolor: azul, rosada, violácea, amarilla... Es curva y recta, vibrante y sutil. Poética, íntima, musical, diáfana.

Esas figuras sin ojos miran al espectador con pupilas invisibles pero palpables, enigmáticas e interrogantes: sus espíritus y almas son secretos.
           
Ventanas y vacíos

Las pequeñas ventanas cuadradas, triangulares, ovaladas o redondas, situadas en puntos estratégicos de tales figuras remiten a los enredos personales de cada uno de estos seres botellas de apariencia tranquila y actitudes absortas: señores estilizados unos, recios otros, doncellas acicaladas y muchachos desnudos, calvos o con sombreros.

Y vemos, tras estos huecos, nuevos paisajes abstractos y alegres, nuevas siluetas y sombras, nubes y escaleras, arquitecturas diminutas o inquietantes vacíos.

La huida

Si al idear sus imágenes, Miguel Panadero ha dejado que su mente navegue por los ríos del subconsciente, al trasladarlas a los soportes, ha controlado –especialmente en esta ocasión– las posibilidades técnicas de la pintura para lograr unos efectos calculados y precisos, de planos cromáticamente diferenciados y cortes limpios.

El lenguaje tridimensional en estas obras es la prolongación del bidimensional. No hay ruptura, sólo un viaje, un traslado, un completar las formas. Las cerámicas parecen haberse escapado de las acuarelas. Han huido del papel granulado, ensanchándose  hacia una tercera dimensión, obteniendo sus deseados volúmenes: volúmenes de barro gres torneado, cocido y policromado.

Poesía surrealista

Miguel Panadero combina armónicamente lo geométrico y  lo orgánico, lo abierto y lo cerrado, mediante una simplificación de elementos y una síntesis formal a base de manchas limpias, casi planas. De este modo, el artista construye composiciones equilibradas y esquemáticas, que, sin embargo, funden varias referencias a la historia del arte.

Y es que basta un golpe de vista para evocar, en estas obras, una encantadora y sugestiva simbiosis entre la metafísica de Giorgio de Chirico, en esa idea de extrañamiento, de pérdida de sentido e identidad; la poética infantil mironiana, en sus formas sencillas, casi silueteadas, albergando dentro de sí nuevos espectros; y la profunda melancolía, gran soledad y vaga inquietud magrittiana con sus perturbadoras transformaciones metafóricas; además, las redondeces de sus figuras (las olas de los recipientes o carnosidades de cuerpos femeninos) recuerdan a algunas de las esculturas de Hans Arp.

Así, mediante estas transposiciones visuales, propias de la poesía surrealista, Miguel Panadero eleva al espectador a un plano imaginario, más allá de la experiencia tangible, pues sus creaciones destruyen las leyes de la lógica y del sentido común para conquistar los territorios de la visión infantil y el ensueño.

FUENTE BIBLIOGRÁFICA: MORALES JIMÉNEZ, ELENA. "Miguel Panadero: La realidad escondida". En: Miguel Panadero. Retratos Habitados. Galería Murnó. Tenerife, 2004.