He llegado a creer que el mundo entero es un enigma,
un enigma inofensivo que se hace terrible
por nuestro enloquecido intento de interpretarlo
como si contuviera una verdad subyacente.
Umberto Eco
¿Quién grita en silencio? ¿Por qué reclaman nuestra atención esas minúsculas llamas que incendian la arena dispersa por el océano inmenso? ¿O es sangre seca, huella de una herida ya aliviada?
Las pinturas de José Luis Simón nacen de los dictados de la intuición y del automatismo psíquico, o del subconsciente, así como de su tenaz compromiso con la búsqueda de su propia verdad y del intento de entablar un diálogo con el misterio de la existencia.
El artista desciende a las tinieblas de los enigmas primarios para tratar de aportar su propia luz. Pero, a veces, la claridad es cegadora, la claridad lastima. Por eso, debe conformarse con una llama tenue, un destello en la cueva, un fulgor suficiente para adivinar hacia qué sentido se encuentra la salida del laberinto.
¿Y dónde está la luz?
La luz ha caído, repentinamente, sobre el planeta arcaico, como un asteroide perdido y sin rumbo, para tal vez, mucho tiempo después, escalar, sin miedo, sus inextricables cumbres.
Disfrazada de burbuja de fuego y protegida por un cendal cristalino, la luz bulle, emerge y se eleva con fuerza sobre un lago gélido rodeado de escorias.
Abandonada en un peñasco afilado y apresada entre dos rocas imponentes, ahí está la luz, convertida en piedra blanca, cual pedazo de luna rota, iluminando la noche más oscura.
Y también, fragmentada en un espejo, partida en dos, flota la luz en la charca ondeante, al borde de la gruta.
El poder evocador
Las cualidades connotativas de la materia (arenas, pigmentos, polvos de mármol o grafito), el color (principalmente, azul, pero también blancos, grises, malvas, rojos o anaranjados), la incorporación de distintos tipos de collage (sobre todo, recortes de periódicos, como en las composiciones cubistas) y las formas azarosas y arbitrarias de estos cuadros de pequeñas dimensiones estructuran sus elementos compositivos reforzando sus valores tectónicos, al tiempo que componen el abecedario de un lenguaje visual abierto a múltiples lecturas.
Algunas de las imágenes no representativas de José Luis Simón están rociadas, sin embargo, de un poder evocador, que las sitúan en la frontera entre la abstracción y la figuración. Y es por eso posible adivinar en ellas desde escenas cósmicas o atmosféricas sobre un mundo abigarrado en las que brota, se esconde o reaparece una luz simbólica, hasta paisajes terrestres abstrusos, deshabitados e intransitables, donde el mar y la tierra, el río y la cumbre, el pantano y el valle se enfrentan en trágicas luchas.
Un mundo primitivo
Vistas aéreas de un mundo primitivo, telúrico y en lenta transformación, en el que la atmósfera densa y en constante propagación mueve y perturba progresivamente a la materia geológica. El mar y la arena se expanden, se recogen, se funden entre sí, o vuelan al ritmo del aire, que los cambia una y otra vez de lugar.
Islas desiertas en movimiento a punto de colisionar en un paradójico océano calmado y cristalino. Incendios que sobreviven en la paz de un pantano. Ríos, casi congelados, tratando de andar su camino entre las abruptas montañas, formando barrancos vertiginosos. Cumbres queriendo caer al vacío del azul.
Hundirse en el azul
Vacío de areniscas brillantes, vacío de agua, vacío de aire, vacío frío, vacío congelado, vacío azul. ¿Es posible agujerear la oquedad? En las obras de José Luis Simón advertimos orificios azules en los huecos azules.
Si el color es, por antonomasia, uno de los mejores vehículos existentes para transmitir emociones, este artista exprime al máximo sus posibilidades semánticas y simbólicas, e invita al espectador a cruzar al otro lado del espejo, a elevarse por los caminos del ensueño y la espiritualidad, o a sumergirse en una eternidad tranquila.
Además, el cromatismo azul de estas imágenes aligera y abre las formas, volatiza la superficie, y ahoga y desvanece cada uno de sus elementos aislados, elevándolos a un plano imaginario, ambiguo, indefinido, enigmático.
Experimentación personal
Del mismo modo que los expresionistas abstractos y los informalistas europeos de finales del siglo XX, –y aunque no de forma consciente o premeditada– José Luis Simón convierte la superficie de loneta, madera o papel en un espacio para la experimentación personal, un campo bidimensional donde, en determinadas ocasiones, desaparece la perspectiva, y, por lo general, abundan manchas, rasgaduras, incisiones, lijados, lavados, veladuras o acumulaciones matéricas, unas técnicas azarosas que el artista trata de domar en un constante proceso de construcción y deconstrucción. Igualmente, Simón comparte con estas tendencias de las segundas vanguardias la necesidad de utilizar el gesto espontáneo y directo como recurso para expresar –y no ilustrar– sus inquietudes.
La realidad interior
Estas pinturas líricas reflejan un proceso de búsqueda del equilibrio y la armonía visual en los principios de la Naturaleza, así como el discurso ensimismado y trascendente que surge del arte como autoconocimiento. La realidad interior es la verdadera realidad, la pintura es el medio y, la táctica creativa –o la acción plástica–, el camino a seguir.
Así, mediante su constante introspección, y gracias a la facultad liberadora inherente a todo proceso creativo, José Luis Simón trasciende a mundos desconocidos y enigmáticos, para intentar ahondar en la infinitud de las verdades indescifrables.
FUENTE BIBLIOGRÁFICA: MORALES JIMÉNEZ, ELENA. "Pinturas de José Luis Simón: Destellos de luz en las tinieblas azules". En: Fragmentos y variaciones. José Luis Simón. Centro de Arte La Recova. Espacio Borges Salas. Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife. Organismo Autónomo de Cultura. Tenerife, 2004.