El cosmos se disfraza de dioses. Los dioses se enmascaran de humanos. Los humanos ansían ser dioses. Astros–dioses–hombres fundidos, confundidos, extenuados, mutados, apaciguados. Gritan inútilmente: el abismo enmudece las voces agonizantes de estos monstruos de almas bellas.
Talavera de Paz inventa y materializa en sus pinturas y dibujos figuras deformes, teratológicas, mezcla de sustancias cósmicas y terrestres, pandemónium visuales que tratan de indagar en los secretos de la creación universal y humana, y que cobijan el enigma de la existencia, oscilante, en el tiempo, infinito.
Un embrión-cráneo, inmerso en el huevo universal, agoniza ante la certeza de su destino. Otros seres se enclavan en el suelo yermo transformándose en arquitecturas o en vegetales arborescentes. Fragmentos de cuerpos humanos se concentran y se aprietan entre sí para convertirse en una nueva masa, materia prisionera de sí misma.
Un pájaro dispuesto al vuelo queda paralizado en un movimiento estático metafísico, pues sus alas de plumas fibrosas se han adherido al huevo del que brota, cual vegetal enraizado a la tierra que lo nutre. Y este huevo–pájaro se funde a su vez con los dilatados brazos de una joven mujer que, a pesar de su desarrollo físico, sigue inmersa en el útero materno, y que, al igual que el ave, aún desconoce el despertar a la vida. Envuelven esta escena unas hojas alegres, nacidas de unas ramas de un árbol de tronco carcomido y anciano, alusión al carácter cíclico de la evolución cósmica: muerte y regeneración.
Un cuerpo emerge desde las profundidades de un planeta y queda a él imantado, pegado, cosido. Sus músculos rígidos abrazan el astro e intentan moverse a duras penas; ¡difícil huida! No hay escapatoria. Esta exaltación formal evoca la ancestral terribilidad de Miguel Ángel Buonarroti: como el creador renacentista, Talavera de Paz convierte el mundo en el escenario de una tragedia infinita.
Las redes del tiempo
Seres en perpetua metamorfosis, seres que se transforman al ritmo del giro de los astros sobre sus propios ejes. Y, en ese girar y girar del planeta que los retiene, estos individuos deformados, retorcidos, desmembrados y tensos apaciguan sus ansias de entender, de luchar, de gritar hasta quedar mudos, resignados a sus destinos de vivir atrapados en las redes del tiempo.
Un dios dudoso persigue y oprime a esos sujetos atormentados. No hay libertad. La matriz materna, el tejido de la atmósfera, las interconexiones siderales conforman las redes opresoras que impiden el movimiento de estas figuras, metáforas del ser humano. Las redes opresoras se manifiestan también, en algunos cuadros, mediante tramas lineales que refuerzan la sensación de angustia que padecen estos seres embrionarios o adultos. Representan la incertidumbre ante al futuro más próximo y más lejano, el miedo a la nada, el pavor a dejar de sentir.
Cada figura alude a un hombre y a sus circunstancias. Cada personaje es un hombre y su historia, es un hombre y su sociedad, es un hombre y su familia, es un hombre y sus desasosiegos, es un hombre que apenas es.
Los personajes de Talavera de Paz crecen con la certeza de que no les queda más alternativa que rendirse a la batalla del tiempo. Por eso, la pintora dirige su estética y filosofía plástica hacia la búsqueda de la libertad en la reclusión, la belleza en el abandono y la esperanza en la desesperanza.
Espacio euclidiano
Y en este ímpetu de reflejar la belleza de lo inasible, Talavera de Paz elige un lenguaje plástico dominado por un espacio euclidiano, matemático, en el que triunfa el sentido numérico de la proporción y del equilibrio de los pesos visuales, y donde reina la armonía cromática y la recreación clásica del canon del cuerpo humano, incluso en esos músculos desnudos deteriorados ante su eminente metamorfosis.
La pintora enmarca y encierra los motivos principales de sus técnicas mixtas en un entorno plano, constituido por finas y frágiles laminillas de pan de oro falso, que adhiere al lienzo mediante barnices especiales y previa entonación con un tono de acrílico neutro. Talavera de Paz retoma así una técnica en total desuso en la actualidad y más propia de otros períodos de la historia del arte como la Edad Media o el Renacimiento. La fuerza astral y lumínica de este metal precioso —símbolo del conocimiento, de la iluminación, de la inmortalidad, de la riqueza material...— es el mejor recurso con que cuenta esta artista para crear una atmósfera platónica y celeste, que además de proveer un matiz optimista a sus inquietantes cuadros, los sitúa en esa cúspide donde anidan el mundo de las ideas y los modelos divinos.
El tiempo absoluto
Estas superficies destellantes de pan de oro, estas atmósferas abstractas invariables en su eterno subsistir, representan, sobre todo, el tiempo. Un tiempo newtoniano, imperecedero, cíclico. Un tiempo voraz que atrapa en su seno a cualquier ser, a cualquier figura o elemento que ose existir en este microcosmos imaginado. Un tiempo invariable que igualmente es espacio: esfera, astro, huevo, útero....elementos-hábitat cerrados, entornos circulares, que hostigan y reclutan a los seres que engendran.
Imágenes simbólicas
La fosforescencia del pan de oro adopta, en otro cuadros, formas geométricas con significados simbólicos, como esas estrellas de cinco puntas que irradian su luz y espiritualidad desde una ubicación matemática, proporcionada y rigurosamente medida; o esos mandalas y yantras hindúes, que tanto favorecen la meditación y la concentración espiritual; o esas máscaras africanas evocadoras de hechizos y rituales para combatir la muerte.
El componente narrativo, simbólico y mitológico se acentúa en sus vaporosas y delicadas obras gráficas –elaboradas mediante creyones, grafito, tintas de color y nogalina sobre pergamino–, en las que la artista recrea diversas escenas donde las mariposas se apresuran “a la muerte en la llama brillante, tal y como los hombres corren a su perdición...”, como reza el Bhagavad Gîtā; o su referencia bíblica a la serpiente del árbol del Bien y del Mal y la manzana de la discordia, cuyo argumento Talavera trastoca e invierte con sarcasmo, pues ya no es seducida la mujer sino el hombre. Estos dibujos dejan ver sucesivas imágenes superpuestas y semitransparentes, a modo de palimpsestos, que aunque se valen de recursos plásticos diferentes a los de sus cuadros, esconden idénticas preocupaciones filosóficas.
El lenguaje pictórico y dibujístico de Talavera de Paz es tan complejo como directo, tan firme como sutil, tan energético como espiritual...; y si hay algo que no falta en ninguna de sus imágenes crípticas y alegóricas es ese componente enigmático, propio de una obra que habla una y otra vez, propiciando incalculables lecturas. Albert Einstein dijo: “El misterio es la cosa más hermosa que podemos experimentar. Es la fuente de todo verdadero arte y ciencia. Aquel a quien esta emoción le es extraña, que no puede hacer una pausa para meditar y permanecer en un rapto de asombro, está tan bien como muerto: sus ojos están cerrados”. Y si la obra de Talavera de Paz es misteriosa e inquietante, sus ojos y su alma están abiertos como espejos insondables.
FUENTE BIBLIOGRÁFICA: MORALES JIMÉNEZ, Elena. "Pinturas y dibujos de Talavera de Paz: El disfraz de los dioses o las carátulas del tiempo". En: Ludus Croni. Talavera de Paz. Centro de Arte La Recova. Espacio Borges Salas. Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife. Organismo Autónomo de Cultura. Tenerife, abril de 2003