Todos sabemos que una buena persona puede ser un mal
artista.
Pero nadie será un verdadero artista
a menos que sea también un gran ser humano,
es decir, una
buena persona.
MARC CHAGALL
Pureza infantil. Primitivismo sensato. Sabiduría
atrincherada en la experiencia. Cansancio espiritual. Sufrimiento asumido.
Resignación. Algo de aliento. Inquietud. Nostalgia. Melancolía. Alerta.
Las
escenas de Consuelo María González fluctúan entre la realidad y el sueño, lo
empírico y lo mental. Su ambiguo arsenal imaginario se materializa en
representaciones irónicas, lúdicas, grotescas o apesadumbradas y, casi siempre,
escépticas.
González
crea criaturas híbridas y personajes antropomorfos deformados, mutilados,
retorcidos. Algunos sonríen irónicamente, pero la mayoría expresan angustia
existencial. Se conforman con mirar de frente y soportar su realidad con
escasas dosis de una ilusión innata, tal vez ingenua. Hombres y animales se
fusionan para convertirse en seres nuevos, compuestos de rasgos de unos y
otros. Dan lugar a imágenes teratológicas. Sin pretenderlo, González crea
pandemónium visuales, o representaciones nuevas fruto de la yuxtaposición de
diversos elementos que nada tienen que ver entre sí.
Los
brazos, piernas y cuellos de esos individuos se alargan y retuercen o engordan
hasta perder sus formas. Pero el drama se acentúa cuando estas extremidades
están mutiladas e invalidadas, o simplemente, no están; y la normalidad con que
estos seres asumen su tragedia agudiza la crítica subyacente de González.
Máscaras
primitivas tendidas en el suelo; pisoteadas. Rostros que son caretas de
lobo. Una cabeza de caballo–máscara que
sustituye la cabeza del hombre. Esta tendencia de González a esconder al
individuo tras sus disfraces remiten directamente a Goya y a su tajante ironía
sobre la farsa del ser humano.
Los seres
anómalos de Consuelo María habitan espacios lóbregos, ambiguos e indeterminados.
Sólo en escasas ocasiones es posible distinguir detalles definitorios de las
edificaciones interiores donde se ubican, como un arco románico o las ventanas
y objetos típicos de una cocina tradicional, pero poblada de misterio.
Diversos
pajarillos —símbolo del alma escapándose del cuerpo— revolotean por estas
escenas creando ritmo; mientras que los peces —asociados al nacimiento y la
restauración cíclica— están pegados a las complexiones o indumentarias de
algunas mujeres de mirada melancólica.
Recursos y técnicas
El frotagge (o difuminado con un trapo) y el énfasis en las
texturas táctiles de los pliegues del papel de seda arrugado son procedimientos
frecuentes de González, quien, en ocasiones, también se vale de la tipografía
como un intento de una comunicación que no
llega a fraguarse, pues su escritura carece de significado y se
convierte en pura línea o trazo plástico. Además, la artista acentúa las
paradojas de sus situaciones inciertas mediante diversos usos del collage
plástico. Y uno los cuadros donde el collage, con reminiscencias cubistas, se
revela en todo su esplendor, es El vendedor de periódicos, una pintura poblada
de crítica e ironía, pues la artista introduce sagazmente un recorte de prensa
donde se puede leer: “Ser mujer en un mundo de hombres”; tras este personaje
masculino alegre, de mirada perdida, agoniza una mujer con claros rasgos
picassianos y, tras ella, se percibe un paisaje luminoso, poco frecuente en
esta artista.
González a menudo repite los motivos clave del lienzo;
manipula los contenidos figurativos como si formaran parte de cuadros
abstractos, y así crea ritmos continuos o alternos; de esta manera, los
elementos tienen un doble, como si existieran espejos invisibles flotando en el
espacio plástico, esa superficie pensada como un todo unitario.
Vocación escultórica
Consuelo González se inició al arte a través de la creación
tridimensional. Ya con quince años realizaba esculturas en madera, con una
expresión tendente al primitivismo africano. Tiempo después, experimentó con el
cemento hasta que, por diversas circunstancias, se vio obligada a dar el paso
de la escultura a la pintura. “Al
principio yo no concebía el color. Me costaba meterme en el campo de la
pintura —afirma la artista— la escultura es mi desconsuelo, pero parece que la
pintura es mi destino”. Por eso, las primeras obras bidimensionales de González
recogían diversos componentes escultóricos, y en ellas primaba la esencia
matérica e informal frente al color, la mancha o la textura pictórica. En la
actualidad, la creadora apacigua su inquietud escultórica manipulando objetos
encontrados, viejos e inútiles (como máquinas de coser, lámparas, fuentes o
jarrones rotos), que transforma en objetos estéticos.
Una creación intuitiva
La trayectoria pictórica de González no ha sido común, pues
al contrario que la mayoría de los artistas, ha pasado de la abstracción a la
figuración. Pero, si sus primeras pinturas eran abstractas, en la actualidad
también parte de la abstracción para componer sus figuraciones. “Las formas
abstractas me sugieren formas, que poco a poco voy sacando desde el fondo del
lienzo”.
Las obras
de González son inocentes y directas. Su proceder tiene lugar de manera análoga
(aunque con otros resultados) que la del surrealista Yves Tanguy (1900 - 1995),
quien afirmaba: “La pintura se desarrolla ante mis ojos, desenvolviendo sus
sorpresas a medida que progresa. Esto es lo que da la sensación de completa
libertad, por el motivo de que soy incapaz de trazar un plan o hacer un esbozo
previamente”. González también crea en libertad porque está descontaminada de
toda clase de filosofías y enredos intelectuales, y en este sentido, el
concepto que subyace en su obra, así como su carácter espontáneo e intuitivo,
recuerda a la filosofía artística de Jean Dubuffet, defensor del arte bruto o
arte crudo. González, no destruye excesivas obras y apenas elabora bocetos,
prefiere dejarse sorprender por su propia pintura a medida que avanza.
Palimpsestos plásticos
Su proceso técnico sigue una serie de pasos constantes que
dan lugar a verdaderos palimpsestos plásticos compuestos de diversas capas e
ingredientes pictóricos. Primero, mancha amplias zonas de la chapa o del
cartón, distribuyendo en el soporte las zonas de color. En principio, su dibujo
es impreciso y vago, como una imagen borrosa extraída de un sueño. Después,
adhiere, con cola de carpintero, diversos fragmentos de papel de seda, que
recubre con una capa de betún marrón, y el barnizado con esta sustancia es una
de las causas de la oscuridad y del aspecto de envejecido de sus obras.
Finalizado este ritual, Consuelo se embarca en la actividad más creativa. El
empleo de las técnicas mixtas (acrílico, guaches, tintas...) —unas veces con afán
experimental (para potenciar los efectos del azar) y otras más controlado y
concienzudo— se aúna con ese intento de trasladar sus imágenes mentales a la
superficie plástica.
Fantasmas del subconsciente
González pinta a tientas. La intuición, un arsenal
imaginario y un carácter inquieto y experimental son los aliados que le
permiten crear y liberarse de los fantasmas que anidan en su subconsciente.
Así, poco a poco, esos primeros planos cromáticos abstractos definen sus
contornos y se convierten en figuras. Individuos desolados, enmascarados y
desproporcionados que recuerdan, en cierto modo, a las figuras de Karel Appel y
del grupo Cobra, en general, pues como este colectivo, Consuelo huye de la
mímesis para concentrarse en reflejar el alma. Su estilo personal es miscelánea
de expresionismo y surrealismo, a pesar de que su concepción creativa se aleja,
respectivamente, de la crítica consciente y de las teorías intelectuales de
estas dos tendencias de vanguardia.
Narrativa visual
Uno de los cuadros más cómicos, grotescos y narrativos de
González se sumerge en una tendencia surrealista que conecta sobre todo con Max
Ernst. Representa a un grupo de personajes híbridos ubicados en una
arquitectura románica medio devastada. La cabeza de uno de estos seres —que se
sustenta en una sola pierna y carece de brazos— es un pato sobre una cesta. El
individuo de al lado, con cuerpo de hombre robusto, presenta un rostro mezcla
de perro (sobre todo por el hocico) y gallo. Frente a ellos vuela un ave a la
que está atada una cabeza humana. Debajo, una especie de cabra-gato con rostro
humanizado observa al espectador. Y en primer plano, hay un ser humano de
espaldas, con un rostro ladeado que se prolonga hasta convertirse en el arco
situado tras los otros personajes. Las casas y montañas del fondo potencian una
profundidad espacial poco común en las obras de esta artista. El cuadro,
poblado de muchos otros detalles y anécdotas visuales, permiten que cualquier
espectador especule con esa escena y tal vez se invente una historia que
González deja abierta, sumergida en su común ambigüedad onírica.
Muchos de
los personajes de González aparecen unidos mediante un beso. Sin embargo, este
roce físico anula todo intento de comunicación espiritual, pues estos seres parecen
desconocidos y hacen pensar que sus mentes navegan por otras esferas. Una de
las imágenes donde el beso adquiere una fuerza particular representa un trío
compuesto de un individuo masculino con dos mujeres, la que besa entregada y la
que él hombre acoge entre sus piernas; no hay fusión real entre ninguno de
estos seres. Solitarios inmensamente.
FUENTE BIBLIOGRÁFICA: MORALES JIMÉNEZ, ELENA. "Consuelo
M. González o la pureza del alma inquieta" (traducido al inglés en el
mismo catálogo: "Consuelo M. González: The purity of a restless
soul". En: Consuelo M. González. Fundación Colegio del Rey. Organismo
autónomo de cultura del Exclamo Ayuntamiento de Alcalá de Henares. Madrid,
2002.