Con su tentativa de explicar lo inefable del alma, Eve Maria
Zimmermann pinta obras en las que refuerza la presencia de lo ambiguo, lo
indeterminado, lo invisible. Es capaz de transformar la fealdad del hombre, lo
más rechazable, en belleza. Esta artista no tiene miedo de expresar la conciencia
de la muerte, tanto la lejana como la más inmediata, porque su objetivo es
precisamente escudriñar en lo más incomprensible e inalcanzable de nuestra
existencia. Si nos detenemos tan sólo un poco en alguna de esas pinturas que en
principio nos hacen retroceder, éstas terminarán por cautivarnos y querremos
mirarlas una y otra vez para descubrir la esencia de su filosofía poética sobre
la vida y la muerte. Con una estética cruda y desgarradora presenta el estilo
propio de la neofiguración lírica, envuelto en el onirismo que caracterizaba a
los pintores simbolistas.
Zimmermann no piensa en la muerte como “fin”, tampoco como
continuidad de la vida del alma, más bien como transmutación, metamorfosis,
mutación… Con esta temática —de la misma
manera que José Hernández, José Viera y Tomás Carlos Siluto— Zimmermann se sumerge
en la estética de lo putrefacto, a través de representaciones expresivas,
formas viscerales descompuestas, rostros desfigurados, cuerpos que han perdido
parcialmente sus carnaciones, dejando parte de sus osamentas al descubierto.
Además de ofrecer una poética personal, sus obras, reflejan un trasfondo
social, una crítica a lo establecido por el hombre, a sus prohibiciones, a sus
reglas, al propio hombre.
Sus retratos extraños, pálidos, blancos, ocres, amarillentos
y verdosos, grotescos, con los ojos vueltos hacia dentro, frecuentemente
calvos, que evocan el olor a muerte, conforman una parte importante de su
producción, y se aproximan al espíritu de la pintura de Jean Rustin (años 80).
Obtiene sus estímulos visuales de la gente de su pueblo —San Miguel de Abona,
en Tenerife—, donde vive, y donde es fácil encontrar rostros peculiares. Una
cara doble, otra con los rasgos tan difuminados que desaparecen por completo,
un rostro de mujer con una risa delirante, una mano que tapa un semblante
asustado... Zimmermann explora en la extravagancia, en la excentricidad física,
en la fealdad, en la rareza y presenta estos aspectos del hombre con tanta
naturalidad que, en sus cuadros, se
transforman en belleza.
Su técnica es muy trabajada y depurada. Casi siempre realiza
óleos sobre madera. Pinta a base de veladuras, lo que con el paso del tiempo
provoca una creciente profundidad en sus obras, que ganan en riqueza pictórica
y valor artístico.
Lo sorprendente de Eve María Zimmermann es no sólo que no
ignora los aspectos oscuros, feos y repugnantes de la vida, sino que los
observa con sabiduría y cautela y con ellos construye una plástica límpida,
envolvente, y cautivadora que retiene y atrapa a todo aquel que se detiene a
observarla, e incita a intentar percibir lo invisible de su poética.
FUENTE BIBLIOGRÁFICA: MORALES JIMÉNEZ, ELENA. “Muerte y Belleza” (traducido al alemán en el
mismo libro: Tod und Shönheit). En: Eve-Maria Zimmermann (1787-2002). Altasur
ediciones. Producciones Gráficas y Sala Conca. Tenerife, 2002.