Cráteres ahogados, cenizas dispersas, lavas solidificadas, líquenes colonizando las ásperas rocas... La arena de Lanzarote invade con infinitud de formas las superficies de los cuadros de Ildefonso Aguilar. En ellos, esta materia terrestre es tan extensa, tan abrupta, tan poderosa, que no queda espacio para la representación del cielo. Pero el cielo se disfraza de viento, de lluvia, de rayos, de sol, de oscuridad... y, así, somete, con sus fuerzas imprecisas, a este caos primordial, a esta sustancia universal donde se asienta todo lo tangible. Un paisaje intransitable y deshabitado, asaltado por redes de barrancos, precipicios vertiginosos, cumbres a punto de derrumbarse o sierras ardientes al borde del infierno.
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Sobre la densa arena del fondo irrumpen grafismos automáticos aislados, consecuencia de arañazos y destrucciones parciales de las formas inventadas con anterioridad, y estas texturas irregulares, casi siempre blancas o negras, crean nuevos ritmos y valores expresivos. Cada fragmento de materia –variable en hondura– está dirigida y organizada; siempre hay un orden, un movimiento dentro de un equilibrio sustentado en una base constructiva.
FUENTE BIBLIOGRÁFICA:
MORALES JIMÉNEZ, ELENA. "Ildefonso Aguilar. Transformar una isla en arte" (dentro del capítulo: “Fragmentos para construir una mirada”. En: Ildefonso Aguilar, Miradas al paisaje (1983 - 2008). CajaCanarias. Obra Social y Cultural. Santa Cruz de Tenerife, 2008. Págs. 194-195.
Fragmentos extraídos del artículo: MORALES, Elena “Transformar una isla en arte”. En: [2·C. Revista de Ciencia y Cultura]. Nº 166. La Opinión de Tenerife. Santa Cruz de Tenerife. 29 de marzo de 2001, pp. 8-10