Entré al taller de Rosa Hernández con cierta expectación. Saludé a los niños alegres, fabricados con resina sintética, que jugaban felices entre botes de pintura, aglutinantes y otras substancias, enredados en cables, trapos, tablas y esponjas. Luego me conmovieron unas magistrales meninas y sentí pena por su encierro: ellas merecían estar a la vista de todos, aunque fuera en la plaza del pueblo. Y, por fin, la artista me presentó a sus nuevas amigas, las que muy pronto escaparían de esa casa oscura y antigua.
Desde el primer vistazo, me estremecieron. A la tenue luz del final de la tarde parecían vivas. Vivas pero heridas. Vivas pero moribundas o sin aliento. Estaban envueltas en plásticos burbujeantes, cosidos con tosca cinta de embalar. Listas, preparadas para emprender un traslado, un pequeño periplo hacia la sala de exposiciones de La Granja, en Santa Cruz de Tenerife, donde permanecerían durante todo el mes de septiembre. Bajo sus capas transparentes, protectoras y asfixiantes, iluminadas por un frío neón parpadeante, se intuían sus cuerpos delgados y desnudos, sus expresiones tristes y sus gestos cansados. Poco a poco, su progenitora fue despojándolas de sus túnicas baratas. Entonces, pude contemplarlas en todo su esplendor: trece representaciones escultóricas figurativas de jóvenes de proporciones bellas y armónicas, a tamaño natural, en distintas poses, realizadas con el personal y habitual uso de la resina sintética por parte de esta autora, con ciertos tintes expresionistas. La mayoría de ellas yacían por el suelo. La más independiente y alegre esperaba de pie erguida, con su mano apoyada en una columna; no escondía su mirada y en sus labios se esbozaba una en el improvisado columpio--¿o bailaba…?--sonrisa. Otra de ellas agonizaba desde el que pendía, y la última vigilaba al resto, sentada en la pequeña escalera.
Y allí, en ese hábitat colmado de misterios, sus presencias se mezclaban con las de otras figuras más vivas. Eva, la primera mujer, trataba de protegerlas y pedía auxilio a otros personajes de la Odisea 2000. Y más atrás, las damas picasianas presumían de permanecer de pie, de no haber caído rendidas como las féminas envueltas, próximas a marcharse. Era un mundo rico y extraño. Era el sorprendente universo de Rosa Hernández.
“Más representaciones de mujeres… –Pensé–. ¿Por qué otra vez…?” Pero no necesité formular la pregunta. Rosa Hernández es una artista comprometida con la sociedad que le rodea: con sus orígenes canarios (no hay más que contemplar su Natura canaria para confirmarlo); con el arte (Sobre los límites, Picasso fin de siglo, Las meninas…); con la política mundial (Imperio); pero, sobre todo, con la construcción de la identidad femenina, un tema al que le ha dedicado varias muestras de forma explícita (Mujer.es, Figuras femeninas, En nombre propio, Africanas) y otras tantas de forma indirecta o simbólica (Hespérides, Eva… Odisea 2000…). Basta vislumbrar de lejos su obra o charlar con ella dos minutos para constatar que es una defensora a ultranza de los derechos de la mujer, y que siente una honda empatía por toda aquella mujer que sufre. Quizás, su propia condición ha sido la que la ha arrastrado a indagar una y otra vez en esta cuestión que tanto le concierne. Pero la artista no emprende una lucha a ciegas. Su objetivo no es imposible ni utópico, pues, no es otro sino acabar con la invisibilidad, ese velo con el que las mujeres hemos tenido que convivir durante tantos siglos, esa muralla interior que aún hoy no ha sido derruida del todo.
Como muchas otras artistas de la historia del arte reciente (Louise Bourgeois, Frida Kahlo, Marisol, Claude Cahun, Cindy Sherman, Marina Nuñez, …), Rosa Hernández se aleja del tipo de representación occidental tradicional de la mujer reproducido a lo largo de siglos de dominación masculina, en aquellos tiempos en los que la creadora no tenía voz y debía camuflarse bajo un seudónimo para opinar o mostrar sus obras. Por eso, no estamos ante una muestra más de figuras femeninas desde un punto de vista desfasado y androcéntrico, no vemos unas obras diseñadas para encandilar o agradar a un público masculino. Las mujeres creadas por Rosa Hernández no duermen sobre sábanas de seda ni animan al erotismo; tampoco están inmersas en tareas tradicionalmente domésticas, como la costura, la cocina o el cuidado de los hijos.
Rosa Hernández se sumerge, en esta ocasión, en un tema tan espeluznante e incomprensible como es el de la violencia de género. Y lo hace con audacia, delicadeza y respecto, huyendo de escenas morbosas o excesivamente trágicas. Así, en su conjunto escultórico, no advertimos mutilaciones horripilantes ni lesiones sangrientas, ni siquiera vemos unos simples moratones; pero sí constatamos agotamiento, desesperación, desmayo. Víctimas de la brutalidad machista, ellas han caído, y yacen postradas sobre el pavimento; pero no tardarán en levantarse. Es justo en ese instante de derrota temporal cuando Rosa decide retratarlas. Pero la sinuosidad con la que la artista acaricia el asunto alcanza unas cotas tan altas que su instalación cobra un aspecto ambiguo y su significado queda abierto a toda especulación: nunca sabremos si esas mujeres fueron realmente apaleadas y maltratadas o apenas forman parte de una coreografía teatral sobre el frío suelo de un escueto escenario.
Culmina esta interpretación la mujer suspendida en el aire, una obra clave, que, sin duda sobresale en la muestra por la complejidad técnica de su postura. Todo su cuerpo está en rígida tensión y sus ojos y boca se expanden en un grito mudo. ¿Ha sido lanzada al vacío por otro desafortunado e infeliz caballero?
En cualquier caso, con su Visión de género, Rosa Hernández rinde homenaje y clama ayuda para todas esas mujeres que viven cada día bajo la amenaza de una muerte prematura, que sufren una convivencia hostil e indeseable y que no tienen formación o recursos para romper los círculos viciosos en los que se han convertido sus dramáticas existencias.
FUENTE BIBLIOGRÁFICA: MORALES JIMÉNEZ, ELENA. "Rosa Hernández: Mujeres visibles". En: V d G - Visión de Género. Sala de Exposiciones La Granja. Biblioteca Pública del Estado de Santa Cruz de Tenerife. Septiembre 2008.